martes, 15 de mayo de 2012

RESTAURACIÓN


Mateo 5: 34, 37
…por tanto, si traes tu ofrenda al altar, y ahí te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, deja ahí tu ofrenda delante del  altar, y anda, reconcíliate primero con tu hermano, y entonces ven,  y presenta tu ofrenda.
Éxodo 20: 7
No tomarás el nombre de Jehová tu Dios en vano; porque no dará por inocente Jehová al que tomare su nombre en vano.



Si alguien tiene algo contra ti...

Voluntaria o involuntariamente, transitamos por la vida infringiendo daño: con frecuencia, a gente que nos confió, y en situaciones en las que se requería cierta cercanía para cometer el daño. Probablemente no nos hubiéramos podido acercar lo suficiente sin que el otro bajara sus defensas, sin que nos dejara acercar. Luego, al daño causado debemos añadir la traición.

Es fácil alejarse del problema causado. Basta evitar el contacto con esa persona. Basta esconder la cabeza en la arena, y, como el avestruz, dejar afuera la inmensa mole del cuerpo. Y razonar: ya no veo el problema, luego ya no existe.

La realidad es que causamos un problema, infringimos un daño, y nuestro nefando y cobarde proceder deja secuelas que siguen afectando a alguien, probablemente a un ser querido.

La realidad es que ese proceder sigue ahí, cargado a nuestra cuenta, en la contabilidad de esa persona, de la sociedad, de la vida... y de Dios.

Decidámonos a vivir de acuerdo a lo que parecemos ser: hombres y mujeres. Seamos íntegros, honestos, cabales, probos. ¿Causamos un daño de tipo material, espiritual, anímico, social? pues levantémonos del fango en donde voluntariamente nos escondimos con traición y cobardía; gritemos: ¡sí, fui yo!. Y respondamos al daño.