viernes, 28 de septiembre de 2012

DIOS, EXPULSADO DE SU CASA


Jeremías 23: 14
Y en los profetas de Jerusalén he visto torpezas; cometían adulterios, andaban en mentiras, y fortalecían las manos de los malos, para que ninguno se convirtiese de su maldad; me fueron todos ellos como Sodoma, y sus moradores como Gomorra.
Jeremías 23: 32
He aquí, dice Jehová, yo estoy contra los que profetizan sueños mentirosos, y los cuentan, y hacen errar a mi pueblo con sus mentiras y con sus lisonjas, y yo nos los envié, ni les mandé; y ningún provecho hicieron a éste pueblo, dice Jehová.  


¡Qué vergüenza, cuando nos damos cuenta que de nuestro mismo corazón hemos expulsado a Dios!  Cuando vemos que hemos preferido vivir para las riquezas y el poder, usando como instrumentos para obtenerlas el soborno, la violencia, el contubernio, la maldad. Que, en vez de escuchar al Espíritu Santo, que nos redargüía desde lo profundo de nuestra conciencia, hemos preferido oír las voces mentirosas de los que nos decían: para eso haz sido puesto aquí: para abusar, para herir, para engañar, para enriquecerte sin miramiento y atropellando a quien se pusiera adelante.  

Y preferimos oírlas. Nuestro entendimiento se ensombreció, y corrimos desenfrenadamente tras la vanidad, diciendo que el tiempo era corto. Que podía Dios esperar a mejores momentos para mandar en nuestro corazón.

¡Oh, ilusos, que así pensaron! Confundieron lo pequeño con lo eterno. El confort del mundo con la vida eterna. No los tomemos como dignos de inspirar nuestras vidas, pues no lo son.